Eran las 6 de la mañana, muchos terminaban un largo viernes y otros tantos decidían continuarlo, mientras nosotros, movilizados por ese entusiasmo común que descubrí en ustedes, nos preparábamos para partir hacia La Cumbrecita, allá nos esperaban mucho mas que un café calentito, facturas y brownies… nos esperaban las Sierras Grandes, con todo su encanto y ese magnetismo que siempre invita a volver.
Después de disfrutar el desayuno, nos dispusimos a iniciar la caminata, y uno a uno nos ubicamos detrás de Leo.
Tras haber caminado varias horas, los caramelos, las frutas secas y los ositos azucarados de Nino no resultaron suficientes, lo que indicaba la proximidad del almuerzo…almuerzo que fue acompañado de una reparadora siestita. ¡¡¡Que privilegio descansar sobre el pasto o entre las piedras de semejante postal!!!
Ya con el aire de los pulmones renovado y la panza llena continuamos caminando. Hasta que el sol casi escondido entre los picos de las Sierras nos anunció que era momento de armar el campamento. Una pampita y un arroyo sirvieron de escenario. En apenas unos minutos las carpas estaban izadas y era el momento de compartir la merienda, para recuperar energías y calentar el cuerpo.
Entre agradables conversaciones, de repente me pareció estar con los amigos de siempre, sensación un tanto inexplicable ya que era la primera vez que veía a cada uno, seguramente los intereses y gustos compartidos son los que provocan esa sensación tan especial que hace disfrutar el lugar, el momento y la compañía.
Nada faltó al momento de cenar, caldos, arroz, fideos, comidas que combinadas con la circunstancia se volvieron exquisitas. Luego de a poco nos fuimos acomodando para descansar, las estrellas coparon el cielo y parecían estar mas cerca… casi entre nosotros… imagen que solo la retina puede guardar… Al día siguiente Yatan nos esperaba.
La noche podría haber sido mas larga, pero Martín se encargó de despertarnos bien tempranito. El descanso fue suficiente y después de desayunar, estábamos listos para caminar otra vez.
Imponente desde lejos se dejaba ver la quebrada y al llegar todos los sentidos fueron necesarios para apreciar tal paisaje, el ruido de las cascadas, el aire fresquito en la cara, el aroma de la vegetación serrana, un equilibrio perfecto. Rodeados por ese paisaje y sin dejar de sentir satisfacción ni por un instante, intentando estirar el momento hasta volverlo infinito, compartimos el almuerzo que marcó el momento de regresar.
En el camino de vuelta encontramos la anunciada lluvia que solo se atrevió a ser llovizna y apenas humedecernos, como para estar presente también. Una vez que llegamos a La Cumbrecita no quedaba más que organizar una buena cena coronando la travesía. Y después de compartir algunas variedades de platos fue el momento de regresar a la ciudad.
Excelente experiencia digna de repetir, gracias a todos, fue un placer empezar a conocerlos!!
María Belén Rolhaiser
¡GRACIAS A VOS, BELEN!